Gabriel García se sintió desechado, arrumbado, lanzado al bote de la basura por el hombre al que había servido 18 años
en su lucha por llegar a la Presidencia de la República.
Después de varios días de pedir audiencia con el presidente López Obrador, Gabriel García, operador político y financiero
del mandatario, encargado de los superdelegados y los Servidores de la Nación, recibió la noticia de que su jefe estaba
listo para verlo.
Cuando entró a la oficina del presidente esperó una felicitación porque su operación política facilitó retener la mayoría
en la Cámara de Diputados y ganar 12 de las 15 gubernaturas en juego. Lo que obtuvo fue muy diferente: el presidente le
dijo que había terminado un ciclo, que debía presentar su renuncia y regresarse al Senado, del que había solicitado
licencia para servir en Palacio Nacional al frente de la estructura política que capitaliza los programas sociales de la
administración federal. Gabriel García preguntó por qué. El presidente le contestó, palabras más, palabras menos, que no
le gustó el resultado de la elección en la Ciudad de México y el Estado de México, donde Morena fue arrasado por la
alianza opositora, y que él era el responsable de eso.
García trató de defenderse recordándole que el propio presidente les había instruido no meterse en la zona
metropolitana de la capital del país porque esa operación electoral la llevaría la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum.
López Obrador asintió, pero le dijo que aun así, claramente no se habían sentido los programas sociales en la
megalópolis, y eso era su culpa: él era el encargado de que esos programas permearan entre la gente y se tradujeran en
votos de manera automática.
García no imaginó un golpe así, súbito, frío, con el indolente pragmatismo del hombre al que durante 18 años acompañó
en todas sus aventuras políticas, acercándole votos y recursos. No lo vio venir. Ni siquiera porque al inicio del sexenio
corrió con la misma suerte otro incondicional del presidente, César Yáñez, brazo derecho por más de 20 años.
Gabriel García preguntó si debía regresar al Senado a algún cargo en particular. El presidente le dijo que no, que no
hiciera olas, que se coordinara con Ricardo Monreal, el jefe de la bancada morenista. Y que dejara su cargo en manos de
Carlos Torres.
Lo que siguió fue una reunión más grande, con los superdelegados de Gabriel García, para hacer el anuncio oficial.
Gabriel García se fue de Palacio dolido. En su apresurada caminata de despedida, soltó a los reporteros la noticia bomba
de su salida. Soldado al fin, acató la orden y regresó al Senado. Sabe mucho. Y sabe mucho de los amarres y los dineros
que llevaron a López Obrador al poder. El presidente debería preocuparse por dejar herido a un hombre con tanta
información.