Hoy se va Ernestina Godoy de la Fiscalía de Ciudad de México, no fue ratificada. En este espacio escribí sobre la dupla Guerra-Godoy; sobre Rafael, titular del Poder Judicial capitalino, y Ernestina, cabeza de la FGJ-CdMx. Una desgracia para la impartición y procuración de justicia.

 

Rafael Guerra y Ernestina se reunieron frecuentemente con la entonces jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Fueron pilares “independientes” de su administración. Ahí está la preocupación. Godoy no es únicamente Godoy. No es pasado.

 

Por ello, Morena-gobierno ni siquiera cuidó las formas para defenderla. La retórica oficialista consistió en repetir que combatió a la delincuencia porque persiguió a priistas y panistas. Es un discurso tramposo y cobarde. Porque desvía la atención de los señalamientos contra la propia institución por extorsión, complicidad, maquillaje de cifras, brazo político, fabricación de delitos, etcétera. Y porque, además, desdeña e invisibiliza a personas (de a pie, como dicen por ahí) que fueron víctimas de la fiscal. Mujeres que nada tienen que ver con sus enjuagues politiqueros. Al contrario, son ciudadanas como Mariel y Alejandra, que tuvieron que enfrentar al régimen en turno.

 

Podríamos hacer el recuento de los escándalos de Godoy. Hablar de la actuación de los policías a su cargo. O recordar las pesquisas de la Línea 12. O profundizar en las detenciones selectivas, en medio de la impunidad generalizada. Pero basta un solo asunto para vislumbrar el horror: la ilegal detención, la sembrada acusación (por cierto, con un delito inventado y bastante misógino) y el encarcelamiento de Alejandra Cuevas Morán, pariente de Gertz Manero.

 

Es un episodio del México actual que ejemplifica la colusión y las aristas del Estado pestilente. En una verdadera democracia, ese caso hubiera bastado para solicitar las renuncias de la y el fiscal.

 

Por supuesto que, como difunde la 4T, se tiene que investigar al llamado cártel inmobiliario y a la red de trata (que dio a conocer Aristegui hace años); sin embargo, también hay que tener cuidado con quienes, con tanto ahínco, defienden a Ernestina, pues ella no es la enfermedad, sino el síntoma de la estructura putrefacta que la sostiene.

 

Aquí entre nos

 

¿Algún día reconocerá y se deslindará Sheinbaum de lo que hizo “su fiscal autónoma”?

 

 

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